“La clave está en escuchar, entender y acompañar”
Mónica Gómez Garcés, directora de la Escuela de Peluquería Canina Mónica Gómez y Style & Dog
25/06/2025La recepción de una peluquería canina no es simplemente una zona de paso. Es el primer punto de contacto, la carta de presentación, el lugar donde muchos tutores se sinceran… y, en muchas ocasiones, también el diván donde se desahogan las emociones que despiertan nuestros compañeros de cuatro patas.
Quien crea que este trabajo se limita a “recoger al perro, pelarlo y cobrar”, está ignorando el 90% de lo que realmente sucede entre nuestras tijeras y el corazón del cliente.
Mónica Gómez Garcés, directora de la Escuela de Peluquería Canina Mónica Gómez y Style & Dog.
El primer contacto con el cliente debe ser, ante todo, un ejercicio de escucha activa. No se trata solo de preguntar “¿qué le hacemos hoy?”, sino de entender qué necesita ese animal y qué espera su tutor.
Hay perros con miedos, con experiencias negativas previas, con pieles sensibles o con nudos imposibles. Y también hay personas que necesitan explicaciones, contención, confianza… o simplemente ser escuchadas.
Atender bien es, sobre todo, lograr que quien entra por la puerta sienta que ha llegado al lugar correcto. Que su perro será cuidado, respetado y estará en buenas manos.
Uno de los errores más comunes en el sector es intentar encajar a todos los perros en el mismo molde: mismo tiempo, misma técnica, mismo precio. Pero eso, sencillamente, no funciona.
Cada perro necesita su propio ritmo. Y ese tiempo debe ser respetado.
Hay sesiones que fluyen con naturalidad, y otras que requieren pausas, adaptación y mucha paciencia. Porque esto no se trata solo de un corte de pelo: es un proceso físico y emocional para el animal, y debe abordarse con sensibilidad, empatía y criterio profesional.
Una parte esencial del servicio —y muchas veces olvidada— es la comunicación con el cliente al finalizar la sesión. No basta con entregar un perro limpio y perfumado; es fundamental informar sobre cómo ha ido todo.
¿Se encontró algún problema en la piel? ¿El perro se mostró especialmente tranquilo, nervioso o inquieto? ¿Había nudos ocultos? ¿Fue necesario adaptar el corte? Todos estos detalles importan.
Esto no es un extra. Es parte del trabajo profesional. Informar genera confianza, educa al cliente sobre el cuidado del manto y refuerza el valor del servicio recibido.
Cobrar por hora de trabajo está de moda, pero aquí va una reflexión desde la experiencia (con todo el respeto a quienes piensen distinto): es un sistema con muchas grietas.
Primero, porque se basa en la confianza absoluta del cliente en que el tiempo cobrado es real. Y seamos sinceros: no todos los clientes tienen fe nivel “Evangelio según San Groomer”.
Segundo, porque no todos los profesionales trabajan al mismo ritmo. Hay quien es rápido y eficiente, y hay quien tarda el doble… con resultados que no siempre acompañan. Entonces, ¿qué se está pagando: el tiempo o la calidad?
Nosotros cobramos por el trabajo realizado: por el estado del manto, el comportamiento del perro, el tipo de corte, los productos utilizados y, sí, también por el tiempo… pero como una parte del todo, no como única medida.
Este trabajo tiene que ser sostenible. Emocionalmente y económicamente.
Si cobramos poco por miedo a “lo que pensará el cliente”, terminamos agotados, frustrados y malviviendo de una vocación que merece respeto. Y si solo apostamos por el volumen, sacrificamos lo más valioso: la atención personalizada.
El equilibrio está en ofrecer calidad, en cuidar el trato humano y en ejercer con honestidad. Tratar a cada cliente como único. Tratar a cada perro como si fuera nuestro. Y no tener miedo a cobrar lo que realmente vale un trabajo bien hecho.
Atender bien a un cliente en peluquería canina no es un gesto puntual: es una filosofía de trabajo. Significa:
Esto no va solo de peinar, bañar y cobrar. Va de construir relaciones, de generar confianza, y de comprender que cuando un cliente deja a su perro en nuestras manos, nos está confiando algo profundamente valioso. Y eso merece ser tratado como tal. Desde el primer “hola” hasta el último “nos vemos la próxima”.
En este sector, donde convivimos con pelos, patas y emociones, hacen falta menos prisas, más escucha, más profesionalidad… y, sí, también un poco de sentido del humor.
Porque cuando llega ese cliente que dice: “solo quiero que le igualéis un poco, pero sin quitarle nada”, sabes que vas a necesitar más que unas buenas tijeras. Vas a necesitar paciencia zen… y café doble. Y eso, también se entrena en recepción.
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